8/8/17

Una manzana

Con el dinero que consiguieron
los americanos del maíz híbrido,
pudieron sufragar la bomba atómica.

Diréis que esto no es poesía.
(Estoy de acuerdo).
Gloria Fuertes

l efecto Droste de la imagen es lo que también se conoce como "imagen recursiva", es decir aquella imagen que se incluye en sí misma hasta el infinito. La recursividad es la característica de un proceso que se basa en su propia definición. Hace años que me lamento en silencio de la gran cantidad de quincallería en que se fundamenta el progreso científico y tecnológico incluso hasta caer en el efecto Droste que he introducido nada más empezar.
Hace años pude empezar a leer con alegría e ilusión un libro titulado La vida secreta de las plantas, de Peter Tompkins y Christopher Bird. Tal vez la mayoría de la gente está más interesada en la vida secreta de Simon Baker o Kate Moss o su hija. Pronto me decepcioné, porque gran parte del contenido del libro lejos de tratar de lo que yo buscaba, la forma constatable de "sentir" de las plantas, agotaba todas las formas que se habían ensayado para poder registrar la vida que no es posible captar a simple vista. Muchos cables. Pero mucha tecnología, como ya enuncia la tercera famosa ley de Clarke, es indistinguible de la magia. De hecho, en mi caso, tanta matraca en escala armamentística parece como una forma de camuflaje en las tinieblas. Ignoro cual es el porcentaje aceptable. Y con la tecnología pasa lo mismo que con la infografía. Mucha infografía nos hace perder de vista no ya el contenido sino incluso si hay un contenido y si tiene un fundamento. Mucha tecnología nos despista del verdadero objeto del asunto que nos preocupa o nos interesa.
Como gran parte de los personajes que dedican su tiempo a combatir las pseudociencias caen en el solipsismo, poco hará por desenmascararlos añadir que la mayor parte de sus argumentos entran en bucle, cuando no son francamente un paradigma del desprecio y de la ignorancia. En un bucle drostiano además. No se trata de aquel mecanismo por el cual cuando de niños buscábamos "prostituta" en el diccionario para desilusionarnos con la definición "ramera" que nos devolvía en su entrada alfabética correspondiente a la "prostituta" de nuevo. Este ejemplo infantil mucho más elaborado y sofisticado, cargado de complejidad, no nos puede engañar sobre la recursividad de muchos argumentos en los que se encastilla la ciencia pseudocientífica, la pseudociencia científica y la pseudociencia pseudocientífica. Más allá de las leyes de Clarke no puedo dejar de recordar las palabras de la Prof. Maria Antònia Martí Antolín en una clase de Lingüística al referirse a que bajo la apariencia de modernidad a veces se enmascaran auténticas antiguallas retrógradas.
Llegados a este punto podría a) tomar el camino de referirme a cómo los errores son además escalables y van haciéndose con todos los rincones de la sociedad o podría b) tomar el camino que nos abre Michio Kaku, catedrático en Física de la Universidad de Nueva York en su libro de divulgación científica titulado El futuro de nuestra mente, en donde se trata entre otras cosas de la telepatía y la telequinesia. Como ocurría con el libro de la vida secreta de las plantas, este otro remite a muchos aparatos (que si la resonancia magnética, que si los electrodos, que si la electroencefalografía, etcétera), cosa que nos permite ver muchos árboles en el bosque y verlos bien pero que no sé si llega a colmar las expectativas de muchos de nosotros. 
La Neurociencia avanza de forma espectacular y es decepcionante que todo el arsenal que nos muestra Kaku se disperse entre las numerosas enfermedades y trastornos que nos aterrorizan, en la forma de detectar mentiras -por la actividad eléctrica de determinadas áreas cerebrales- y en otras cuestiones aptas para entretenerse un domingo por la tarde en TV2 sin la mala conciencia de perderlo. Me explico: que sea posible meternos en el cráneo chips que generen recuerdos o que nos zafen del dolor no es que sea indeseable, no. La idea de que se perfeccione la detección de mentiras dejaría las pruebas de paternidad gracias al ADN en una actividad jurídica menor. Pero me temo que lo verdaderamente revolucionario sería conseguir pensar o usar la cabeza correctamente. No me estoy refiriendo a habilidades de cálculo propias de certamen mundial, no me refiero al potencial aquel del que tantas veces se habla por el cual podríamos acceder a la plenitud mental y no solo a un magro porcentaje de nuestra capacidad. Nos podríamos conformar con no sucumbir al engaño y al autoengaño y a otras actividades mentales que nos producen sufrimientos y errores.
A veces algunas personas reparamos que los investigadores siempre están pidiendo dinero (cuando Newton con una manzana y poco más llegó tan lejos para su época). Sí que hace falta el dinero, como para todo, pero el dinero no garantiza el rigor ni el vigor de una idea y solo conseguimos una sociedad muy sofisticada y compleja, donde hasta la estupidez es dramática (*).
Este fin de semana Izpisúa, en una entrevista en la prensa generalista, nos dejaba dos titulares 1) la existencia del misterio de la vida o lo que él llama "divinidad" y 2) que hay avances de la ciencia que deben ser consultados a la sociedad. Yo diría que nos podríamos contentar con que la ciencia no actuara contra la sociedad y la vida en la forma en la que se plantea en el poema de Gloria Fuertes tan claramente y sin necesidad de ampliación alguna. La ciencia cura y la ciencia mata. Primum non nocere.

*
Al lado del concepto del efecto Droste y de la recursividad, me parece siempre más atractivo lo que se denomina comúnmente en francés como mise en abyme. En algunos medios se confunden el efecto Droste y la mise en abyme ("abismación"), pero el efecto Droste empuja al infinito mientras que el que yo prefiero simplemente empuja a la profundidad sin fondo. Se suele poner como ejemplo de mise en abyme el cuadro de Las Meninas y su juego de imágenes, sombras y espejos, en lo que no deja de ser un autorretrato  de centro disperso o indeterminado. Prefiero como ejemplo de mise en abyme el Retrato de los Arnolfini (1434) con un espejo que nos revela en miniatura y sobre un su superficie cóncava la imagen de lo que ven los esposos.
Así es como entiendo yo este blog que hoy se queda suspendido en la blogosfera reflejando una parte de una etapa de la Documentación médica pero desde un ángulo del que era tan difícil salir como meterse.

(c) SafeCreative *1708083257258 (2022: 2212192893737)
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(*) "El doctor Nicolelis ha demostrado que esta interfaz cerebro-máquina puede implementarse entre distintos continentes. Para ello, coloca a un mono sobre una cinta de ejercicio. Al mono se le ha implantado un chip en el cerebro, que está conectado a internet. En el otro extremo del planeta, en Kioto (Japón), las señales procedentes del cerebro del mono se utilizan para controlar un robot capaz de caminar. Al andar sobre la cinta de Carolina del Norte, el mono controla al robot en Japón, que ejecuta los mismos movimientos. Utilizando únicamente sus sensores cerebrales, y algo de pienso como recompensa, el doctor Nicolelis ha entrenado a estos mono para que controlen a un robot humanoide llamado CB-1 que se encuentra al otro lado del mundo" (Michio Kaku, El futuro de nuestra mente). Sin dejar de lado el progreso significativo de los exoesqueletos y las aplicaciones médicas de la  telequinesis percibo un filo de loca insensatez en el trasfondo de estas palabras.

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