16/9/16

Un poco de todo y mucho de nada

"DURANTE AÑOS TRABAJAR EN EL CINE ERA ALGO VERGONZOSO. HASTA QUE SE INVENTÓ LA TELE".
Billy Wilder

Aunque la foto de la New York Public Library (NYPL) no aparece datada, podríamos fecharla en los años 20, no solo por los modelos de máquina de escribir que en ella aparecen sino por la moda que advertimos en las ropas y los tocados de las lectoras. Esta fotografía aparece hoy en la página de Instagram de la NYPL y se indica que era una sala que se habilitó para los lectores que deseaban usar las máquinas de escribir de la biblioteca. 
New York Public Library - Typing room

Esta foto puede tener muchas lecturas pero la que a mí me ha sugerido hoy es la del esfuerzo que se ha hecho siempre en nuestro sector de las bibliotecas por incluso anticiparse a las necesidades de los usuarios. Ya me estoy empezando a acostumbrar, aunque me ha costado años, al hecho de que algunos geeks -y especialmente los que no tienen apenas cultura general- consideren las bibliotecas como organizaciones anticuadas en donde solo hay libros, un soporte que les resulta incómodo, primitivo, obsoleto, sospechoso, rancio, etcétera. Es curioso porque yo recuerdo que en los principios de la popularización de la informática los que no somos nativos informáticos podemos atestiguar que la cosa empezó en los bancos y en las bibliotecas. La forma de trabajar de los bibliotecarios, con unidades de información y clasificaciones, etiquetas, códigos y un interés desmedido por el orden y el rendimiento, hacía casi natural poder "informatizar" lo que ya no era bien bien mera información inerte, sino que tenía una cierta vertebración. La "informatización" también era factible y deseable en el campo de las finanzas y de las transacciones monetarias. 
Hay dos constantes en la Historia, las tendencias de agregar y disgregar, alternativamente, y apelar al progreso para eliminar el orden social que estaba establecido o minarlo. Todos sabemos que periódicamente se nos llama a unirnos o a separarnos, que se nos alaban las propiedades de la centralización y consecutivamente de la descentralización y todas se presentan como óptimas y deslumbradoramente llenas de razón. 
Estos días ando leyendo un libro [sic] en el que se explica el nacimiento de las academias y por lo tanto el final de muchos gremios. Me imagino que los gremios habían hecho todo lo posible para que sus agremiados obtuvieran una preparación que respondiera bien a la demanda de cada época y que velaban por el intrusismo o que los oficios los ejercieran quienes no hubieran pasado por los procesos de capacitación y/o habilitación. Las academias por lo tanto lo que ofrecieron fue una excelencia elitista, un aprendizaje elevado con teorías y modelos clásicos. Seguramente avanzando el libro podré leer que esos modelos clásicos legitimaban y daban fundamento a las nuevas instituciones.
En el presente el modelo que se propone en las nuevas formas de organización social y de enseñanza y de creatividad adoptan "esquemas" abiertos y serendípicos. Estoy pensando en los makerspaces.

Foto de internet (BARCELONA MINI MAKER FAIRE @COSMOCAIXA Febrero 2016)

Recientemente he visto en internet un post titulado "5 posibles actividades para un makerspace en una biblioteca", por Valentín Muro, al que recomiendo para situarse en la propuesta. Son experiencias de bibliotecas que han incorporado a su quehacer un taller de hip-hop o un taller de cine o el aprendizaje del uso de herramientas. Indudablemente se trata de actividades muy atractivas y además al ser colaborativas y de una gran flexibilidad cuentan con el aliciente de asegurar una socialización nada desdeñable.
En nuestra biblioteca se nos ha requerido muchas veces un lugar de reunión que no podemos proporcionar si no es en detrimento del silencio necesario para la lectura y el estudio. Son dos actividades incompatibles en las actuales circunstancias y con el espacio de que disponemos. De hecho, la biblioteca es uno de los pocos lugares del Hospital donde podemos o queremos garantizar unas ciertas condiciones para que las personas que quieren leer o escribir lo puedan hacer sin distracciones o interrupciones, sin alteraciones ambientales que impidan un rendimiento de la atención y la concentración. Algunos trabajadores protestan porque no tienen un lugar donde reunirse tranquilamente y otros se quejan porque no tienen un lugar donde trabajar también tranquilamente. Está claro que tienen que disponer de dos espacios segregados, que tal vez compartan espacios intermedios y recursos comunes, pero el espacio de los que necesitan concentración en silencio y los que necesitan expandir sus ideas y contrastarlas no puede interferirse.
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Estoy pensando en los bares y restaurantes, lugares colaborativos donde los haya, que en los últimos años han cambiado una barbaridad y no solo porque la demanda exige novedades y los tiempos han cambiado, sino porque en general no está permitido ya fumar. Muchas personas pensaban que las cafeterías se vaciarían, como se vaciaron las bibliotecas, y sin embargo lo que ha pasado es que han mantenido más o menos la clientela y además han atraído a las personas que no íbamos a los bares porque -permítanme la concisión- no queríamos oler como un cenicero. Muchas señoras de mediana edad (segunda edad) se han incorporado a los bares, algo que hace 30 años era impensable y además no muy bien visto.
El Bar Marsella, de 1820, que parece que era el más antiguo de Barcelona cuando se instauró la prohibición de fumar en los lugares públicos, cerró sus puertas pero no porque el techo se hubiera hundido de tanta nicotina como había en él, sino porque las condiciones de alquiler eran inasequibles para el director del local.
El Bar Marsella. Foto: Marta Domínguez-Senra (2011)

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En los años que corren las bibliotecas nos vemos infravaloradas. En la mía proporcionamos muchísima información a una cartera de usuarios que se considera la más productiva (por lo menos el año 2016) en toda España. Es decir, nuestros investigadores publican mucho y bien. Y como es natural leen mucho. Citan artículos que han leído porque se los han proporcionado los autores, la biblioteca a través de nuestras subscripciones y de otras bibliotecas, etc. Sin embargo parece que las bibliotecas de los hospitales sean invisibles. Sus usuarios, muchos de ellos al final de la pirámide jerárquica, nos reconocen amablemente nuestra labor. Poco más.
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Me dijo una vez la cuñada del padre del novio de la peluquera de mi vecino -cosa que es toda una garantía- que las agencias de comunicación no funcionaban como yo pensaba. Cuando vemos un avance científico en la prensa, cuando vemos una noticia (buena) de un hospital en el telenoticias, eso es porque hay detrás un contrato con una agencia de comunicación por el cual los hospitales con "comunicación e imagen" pagan según tarifa su presencia en los medios. Desde el día que supe de esas tarifas todo más o menos me encajó. De hecho algo me suponía porque casi siempre aparecen las mismas noticias y los mismos investigadores en prensa, radio y televisión. Si bien es cierto que a veces son más famosos los más valiosos, no siempre es así. Es decir, puede haber investigadores valiosos que no son famosos y cuya empresa no los gratifica con esa virtualización y ese plasma y esos titulares.
Este tema no es algo que me ataña pero tengo que traerlo aquí puesto que contrasta con la escasa incidencia que tienen las publicaciones más allá del ámbito que les es natural (el de otras publicaciones, el de los tribunales de procesos selectivos, el de las valoraciones de las memorias científicas de proyectos de investigación financiados por agencias públicas). Alguna vez es noticia algún artículo que algún español publica en la revista Nature o Science, pero de ahí para abajo me temo que el resto de las publicaciones pasan sin pena ni gloria en el ágora de la caja tonta.
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Me acuerdo de Carme Camps Salvat, que como Cap de Biblioteques que fue de la Generalitat de Catalunya, vino a abrirnos unas Jornadas que se hicieron allá por el año 1987 en Barcelona. Muchos años. Precisamente en su discurso de apertura nos iba leyendo algún fragmento de algún libro médico del final de la Edad Media y consiguió por un lado hacer reír al auditorio y por otro lado hacerle ver que lo que nosotros escribíamos y creíamos también haría reír a nuestros sucesores. Nunca creí que diría esto, pero me gustaría vivir para verlo.

C. Camps Salvat en una foto de archivo

Durante siglos la burocracia había sido algo ridículo y deshonroso hasta que se inventó el markéting.

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