6/9/14

Post 100: El peso de un coco

"Esta es la razón por la que es tan peligroso lanzar inmediatamente todos esos pensamientos, verdaderos o falsos, a los muchos-papeles [periódicos]. "Están impresos", dicen los Papalagi. Eso significa que se escriben los pensamientos de mucha gente enferma, incluso con la ayuda de una máquina misteriosa con miles de manos y con la fuerza de muchos jefes. Y no una vez o dos; no, muchas veces. Muchas, muchas veces, siempre las mismas cosas. Muchas esteras cubiertas con pensamientos son apiñadas juntas en pequeños manojos. El Papalagi los llama «libros» y son enviados a todo el país. Y todo el mundo que absorbe pensamientos se contagia. Y aquellas esteras llenas de pensamientos son devoradas como plátanos dulces. En cada choza hay cajas completamente llenas de ellas, y jóvenes y viejos las mordisquean como una rata mordisquea una caña de azúcar. Por esto tan poca gente puede todavía pensar normalmente sobre las cosas de la naturaleza, como pueden todos los samoanos.
Del mismo modo, tanto pensamiento como sea posible es embutido en las cabezas de los niños. Se les fuerza a digerir cierta cantidad de esteras-pensamiento cada día. Sólo los más sanos desechan de nuevo estos pensamientos inmediatamente o los dejan hundirse a través de un colador. Pero la mayoría de ellos sobrecargan sus cabezas con pensamientos de tal modo que ni un punto se deja abierto y ya jamás puede entrar un rayo de sol. A esto se le llama «educación» y es una cosa muy difundida.
Educación significa llenar la cabeza hasta el borde con conocimiento. Un hombre educado sabe lo alta que es la palmera, el peso de un coco, los nombres de todos los grandes jefes y cuántas guerras han hecho. De cada río, animal y planta sabe el nombre. Sabe todo, todo. Cuando le haces a un hombre educado una pregunta, disparará la respuesta directa hacia ti, antes de que puedas cerrar la boca. Su cabeza siempre está cargada con munición, lista para una salva. Cada europeo usa la mejor parte de su vida en transformar su cabeza en un rápido cañón de fuego. Al que trata de no cooperar lo fuerzan a hacerlo. Cada Papalagi debe saber y debe pensar.
La única forma de ayudar a aquellos pacientes del pensamiento a desechar sus ideas, es olvidando. Pero no les enseñan eso y así difícilmente nadie puede hacerlo. La mayoría de ellos llevan tantos pensamientos dentro de sus cabezas que cansan sus cuerpos y les hace débiles y marchitos antes de tiempo."

Erich Scheurmann, "La enfermedad del pensamiento profundo", Los Papalagi.


as ilustraciones de Joost Swarte para Los Papalagi (1920) me recuerdan por lo profusas a las de Ricard Opisso. Pueden encontrar una copia, mientras resista el enlace, en esta dirección, pero es en italiano. Circula otra copia pirata en internet que tiene muchos fallos atribuibles al escaneado pero que hacen penosa la lectura. Este libro de Erich Scheurmann es una antropología inversa, es decir Europa explicada por un samoano. Y estuvo muy de moda hace bastantes años.
Aunque el bon savage invocaba el olvido como toda solución a la enfermedad del pensamiento profundo y la proliferación de esteras (libros), está visto que lo que acabará con la lectura es el déficit de atención. Lo que la cronista de "The guardian" explica ("Readers absorb less on Kindles than on paper, study finds" es algo de lo que todo hijo de vecino se viene dando cuenta desde el principio del invento de Amazon. Habrá que investigar si la causa de que la lectura a través de un dispositivo electrónico resulte más ligera e improductiva es por inadaptación de los lectores de libros convencionales o si ya es de por sí. Posiblemente ambos factores coadyuvan.  Y, sin embargo, en mi modesta opinión, yo diría que el hecho de que el conocimiento se adquiera asomándose a una pantalla (por bien diseñada que esté) sin otros condicionantes sensoriales físicos, también es algo a tener en cuenta. 
No se si se acordarán de la película aquella sobre el círculo de Bloomsbury, "Carrington" (Christopher Hampton, 1995), que protagonizaron Jonathan Price como Lytton Strachey y Emma Thompsom como Dora Carrington. Hubo un fotograma que me llamó la atención poderasamente y que no he encontrado en internet. En ella se ve un primer plano de Lytton Strachey sosteniendo de una manera muy peculiar un libro mientras está recostado. En realidad esa imagen del "lugar de la falsa vida", como diría del cine Tuiavii, el samoano de Los Papalagi, es un tributo a un retrato que Dora Carrington hizo de Strachey, el año 1916, y que se encuentra en la National Portrait Gallery en Londres. Simplemente la manera de tomar un libro, por gordo que sea, y la de tomar un e-book, es bien diferente. Y aunque es bien cierto que el formato electrónico tiene innumerables ventajas también lo es que adolece de la de la tangibilidad. Está claro que desde la antropología inversa de Tuiavii la tangibilidad de los libros convencionales ya dejaba mucho que desear, en comparación con la creación verdadera. 
En lo que no hay que dejar de perder la atención es en los estudios de Jakob Nielsen y en los electrooculogramas, la legibilidad, que tanto nos dicen de las "sacadas" o movimientos sacádicos. Ahí, en la forma que tenemos de dominar el campo visual, es en lo que yo creo que tendrían que hacerse las investigaciones. No solo para saber qué nos está pasando sino también para mejorar los futuros soportes de lectura. Otra cosa es que haya más gente escribiendo que leyendo, o que haya pocos libros interesantes, que no lo sé.

Me gusta la campaña de Ikea del libro-libro.

Ilustración de Joost Swarte en Los Papalagi
Retrato de Lytton Strachey (Dora Carrington, 1916). National Portrait Gallery, Londres

De acuerdo con mis propias palabras en "Modo y manera" mi propósito fue publicar 100 posts en total y cuando alcanzase ese objetivo dar por concluida mi contribución, como así va a ser. Muchas gracias.

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2/9/14

Extrañas bibliotecas (y 2)

"Un plombier (également appelé installateur sanitaire) est chargé de la réalisation ou de la réparation des installations de plomberie. Son outil traditionnel est le chalumeau oxyacétylénique. Il doit aussi déboucher les canalisations".
"Plombier" (Wikipédia)


La palabra plombier ("fontanero"), está tan arraigada en el francés que dudo que además de los wikipedistas alguien advierta que se originó en la palabra "plomo", el material de las antiguas tuberías. Ahora las tuberías suelen ser de PVC. En mi CA existe la palabra lampista, que tengo entendido que no se da en ningún otro lugar de España, para designar a los instaladores de agua, gas y electricidad. Y luego están los eufemismos. Durante el ejercicio de mi oficio he visto abundar todo tipo de apelativos a cual más extravagante y siempre, según mi parecer, justificado en una especie de carencia afectiva del bibliotecario raso o en el "intrusismo", término rancio donde los haya. La última -es un decir- incorporación es "Community manager", así, en inglés. Y yo me pregunto mientras miro vuestras pupilas azules, verdes, grises, marrones y negras, si no era tan bibliotecario el que cuidaba volúmenes de papiro, tablillas de arcilla, tomos de pergamino como el que maneja pedeefes, agregadores de contenidos y metadatos. Incluso, siempre en la intimidad, me permito observar una cierta garrulez en la ingenua fascinación por el armamento tecnológico y su metralla.
En un post previo, "Lecturas obligatorias", ya comentamos el factor de distorsión que condiciona la interpretación de los datos públicos sobre bibliotecas también públicas en Cataluña. Que los fondos bibliográficos cuenten con dotaciones del "Suport genèric" es algo que enrarece el proceso de la adquisición de los libros y otros formatos. Los fondos de las bibliotecas públicas generales se adquieren en red y desde una central de compras que asume ese y otros procesos para economizar y también para especializar labores técnicas que es mejor no abandonar a la creatividad. Que luego cada biblioteca disponga de una colección local, eso es otra cosa, y nadie discutirá que es muy enriquecedora. Pero soportar libros que han sido previamente subvencionados a través de ayudas a las editoriales es el colmo.
En el mencionado post de las "Lecturas obligatorias" explicamos en qué consiste el "Suport genèric" y por lo tanto aquí podemos pasar a otro invento, en este caso el Conveni de col·laboració per a la promoció del llibre entre el Departament de Cultura i Gremi de Llibreters de Catalunya, de mayo de 2014. Para ir situando el acuerdo, pensemos que el marco ideológico es en cierta forma la "cosmobibliovisión"  a la que se refiere Carme Fenoll (Cap del Servei de Biblioteques de la Generalitat de Catalunya) en su decálogo, y pensemos que el viejo "nuevo paradigma" propuesto afecta a los viejos "nuevos formatos digitales de lectura" y al definición de los "futuros espacios", siempre manteniendo el principio de la financiación pública.
Aunque el Convenio consta de 18 páginas reproduzco una cosmobibliovista de la página 10 (*):


Aparte de este dossier y las notas de prensa y otras difusiones (**), encontré una serie de posts en el blog Sí, però poc, de Carles Miró. Creo que hasta el momento es la única disensión con la que me he podido encontrar y por eso es porque lo cité ayer y hoy de nuevo. Además tiene el valor circunstancial y añadido de que procede de un profesional de la traducción, no de un bibliotecario. Procede por tanto, podríamos decir, de un "usuario". No perdamos de vista que trabajamos para los usuarios.
Aunque se han realizado, siempre atendiendo al dossier, pruebas piloto en dos bibliotecas barcelonesas, no he comprobado in situ el funcionamiento y por lo tanto remito (otra vez) al puro dossier. La vigencia del actual acuerdo vence en mayo próximo, pero puede ser renovado.
Debo admitir que tampoco conozco los ejemplos a los que se refiere el Conseller, Ferran Mascarell, de la New York Public Library (NYPL) ni de las bibliotecas de Quebec. En el portal de la NYPL, hay un una página claramente diferenciada en la sección "Support the Library" que se abre en la pestaña "Shop". Si ustedes visitan la página verán que es una tienda online que ofrece libros, pulseras, camisetas, bolsas (totes), etc., y que algunos de los productos vendrían a ser como los que se ofrecen en algunos museos que todos conocemos, de difusión de sus colecciones, o como souvenirs. Después de unos años asediados por las gitanas de plástico y todo el kitsch imaginable, hemos visto incorporarse al decorado doméstico productos mercadotécnicos también muy asequibles pero asimilados a la cultura oficial y de nivel.
Por entrar ya en materia habrá que decir que hasta donde yo sé los bibliotecarios siempre habíamos evitado que nuestros servicios se confundieran con los de las librerías.  Quiero recordar qué intelectual noucentista definió a las bibliotecarias como vestales del saber (¿D'Ors, Riba?), pero no soy capaz. Y me lo trae a la memoria la realidad de que hablar de dinero en las bibliotecas se ha considerado en determinados contextos como algo casi pornográfico y muy incómodo. En el caso remoto de que algún lector nos preguntara por una librería o el precio de un libro nuestra respuesta tenía que ser la propia de quien da una información sin implicarse ni explayarse. La pureza de las vestales no podía verse impregnada por la fetidez de los fajos de billetes ni verse empañada por el interés crematístico. Por eso las explicaciones de Marià Marín y la comparación con la logística de las nuevas oficinas de farmacia, que trabajan con poco stock, debido a mi apego a las viejas prácticas, me produce una especie de repelús. Pero todo hay que repensarlo.
No se trata en mi caso de que por acomodarme a una rutina laboral me oponga a introducir cambios, es que me resisto a que el principio de la imparcialidad del bibliotecario con respecto a los fondos que rige, se vea relegado por la ley de la oferta y la demanda, por el Suport genèric y otras armas de adoctrinamiento ideológico y de dominación clientelar, por los intereses comerciales y por las modas de marketing.
En nuestra vida laboral o profesional actual los bibliotecarios de los hospitales nos encontramos con la dificultad de hacerles entender a nuestro público que todo en internet no es gratis. Ya no digamos el brete de tener que justificar la existencia de revistas cuya licencia de uso digital tiene los últimos 12 o 18 meses embargados ¿Cómo explicar que un documento lo "das" gratis y otro lo tienes que cobrar? Y me refiero a documentos concretos, no a paquetes de colecciones
¿Qué podemos hacer los bibliotecarios en medio del tiberio del dumping que ejercen monopolios como Amazon? ¿Cómo podemos contrarrestar a los abusos de editores como Elsevier, que cuenta con un 70% de la producción bibliográfica científica? ¿En qué queda nuestra función como intermediarios entre los textos útiles y valiosos y los lectores curiosos y no menos valiosos? ¿Queda otra salida a las bibliotecas aparte de la liquidez malentendida (pobre Zygmunt Bauman), los CRAI o la de convertirse en espacios multifuncionales? ¿Seguirá necesitando la sociedad espacios laicos donde la comunicación no esté reñida con el silencio y el recogimiento? Si da pereza hablar del pasado, no digamos del futuro.

No quisiera con la perorata precedente parecerme a Lucy, de los Peanuts, sino aportar otro punto de vista diferente del que por ahora se va imponiendo.

Por cierto, me encanta eso del  chalumeau oxyacétylénique ("soldador" o "soplete oxicetilénico").


Drone de Amazon (ABC)
______

(*) "Convenio de promoción del libro. Compromisos.
1. Implementar el acceso de LibriData en las bibliotecas públicas, que incorporará los datos de préstamo de libros.
2. Potenciar la compraventa de libros y libros digitales por parte de los usuarios de bibliotecas con entrega del libro en la biblioteca, librería o domicilio.
3. Implementar Liberdrac, portal digital de las librerías catalanas, en las bibliotecas públicas que ha de permitir [sic] la compraventa de libros digitales desde las bibliotecas públicas y la implementación con [sic] el futuro servicio de préstamo digital de las bibliotecas.
4. Potenciar la ubicación de estantes de las librerías en las bibliotecas, que actúen como aparadores de reclamo (de títulos y de agenda) de las librerías de proximidad, y también como tiendas abiertas a los usuarios. Se organizará una prueba piloto en bibliotecas y librerías de diferente tipología y de diferentes territorios.
5. Ofrecer las librerías como lugares en el territorio para acoger eventos y actividades organizadas por las bibliotecas con públicos diversos como pueden ser los jóvenes, clubs de lectura [sic].
6. Estudiar la viabilidad de instaurar Ferias del libro en las bibliotecas.
7. Hacer publicidad y comunicación en el Servei de Biblioteques y librerías conjuntamente.
8. Elaborar proyectos de formación y prescripción de novedades editoriales para los bibliotecarios".

(**)
Jordi Llobet, Biblioteques i llibreries: competir o compartir? En: http://llibredigital.blogs.uoc.edu/2013/04/27/biblioteques-i-llibreries-competir-o-compartir/ (Consultado: 2 de septiembre de 2014)
Marià Marin. Sobre el conveni entre biblioteques i llibreters, En: http://llibredigital.blogs.uoc.edu/2014/06/10/sobre-el-conveni-entre-biblioteques-i-llibreters/ (Consultado: 2 de septiembre de 2014)

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1/9/14

Extrañas bibliotecas (1)

“Biblioteques i llibreries són dos sistemes que tenen moltes coses
 en comú i és bo que treballin plegats. Cal que construïm
 un país el més lector possible”
Ferran Mascarell
(Nota de prensa del Acuerdo entre el Departament de Cultura
y el Gremi de Llibreters para vender libros en las bibliotecas)

"Sé tan poc de biblioteques públiques com un malalt crònic pot saber d’hospitals.
Em vaig criar en una família sense llibres. Descobrir que hi havia llibreries i biblioteques va ser la cosa més important de la meva infància
i segurament de la meva vida. És una constatació i no
un llagrimeig. Després, les biblioteques i les llibreries
se m’han fet estranyes. També això és una constatació.
Entenc que les llibreries i les biblioteques
no és que hagin de canviar, sinó que ja han canviat.
I una de les maneres com han canviat
ha sigut emigrar dels locals que ocupaven.
En gran part, són ja a internet.
Els locals van quedant per altres usos:
l’assistència social dissimulada, per exemple".
Carles Miró, Adéu biblioteques (i 6), Sí, però poc

Hace unos años, por extraño que les pueda parecer a algunas personas, se discutía -no mucho, la verdad, pero sí intensamente (*)- sobre si la documentación clínica debía estar integrada con la documentación propia de las bibliotecas. Para aclarar términos diríamos que por aquel entonces la documentación clínica era el objeto del Archivo de historias clínicas y por lo tanto toda la información referente a la asistencia sanitaria a los enfermos (pruebas exploratorias, procedimientos, etc.) En la actualidad toda esta información está digitalizada, pero hace no tanto las historias clínicas eran sobres bastante voluminosos y pesados -sobre todo para los enfermos más graves o complejos- en donde lo mismo podía haber hojas de papel manuscritas, como mecanoscritas, como radiografías, como CDs con imágenes de pruebas diagnósticas y hasta microfilms. Incluso una vez llegué a encontrarme en una historia clínica una dentadura postiza total que el personal había creído justificado guardar allí a la vista de que el paciente la había olvidado. Lo prometo por la gloria de mi canario.

Para mí la cuestión de que el material clínico y el bibliotecario debían mantenerse separados no era sin embargo una cuestión de formatos, dado que por otra parte también las bibliotecas empezaban a ver materiales diversos.  El problema no era la especificidad de los soportes, sino el grado de acceso. Incluso cuando toda la información clínica o una gran parte puede ser visionada en los sistemas informáticos de los hospitales, e incluso compartida, su consulta y su modificación exigen una gradación de perfiles desde el de las personas que no tiene acceso alguno hasta las que tienen mayor acceso, con facultad para recaudar datos estadísticos o ver lo que hacen otros perfiles. Como es natural, en todo caso las personas que gozan de mayor acceso también tienen la facultad de examinar quién ha usado irregularmente el sistema. Por ejemplo, no se espera que un nefrólogo consulte un enfermo que no es "suyo". Y supongo que si se observa que una irregularidad se repite mucho, es tratada como un problema o algo así. Especialmente si un caso se enrarece.

Otra particularidad que le veía yo a la necesidad de mantener información clínica y información bibliotecaria separadas era algo a lo que podríamos englobar bajo el palio de la luz crepuscular de la calidad o de la legalidad o de la distribución (los canales, vaya). Es decir, en principio cualquier profesional que trabaje en un hospital o ambulatorio puede producir información, siempre dentro de unas exigencias y dentro de unos controles de calidad, pero yo -que he leído una infinidad de informes clínicos y de registros de quirófano- les puedo asegurar y les aseguro que hay errores de expresión y a veces una presentación descuidada o deficiente, impropia de quienes han recibido una formación académica (dicho sea sin la menor ironía). Además esa información asistencial -ya no digamos la relativa a ensayos clínicos- se preserva con confidencialidad (seguridad del paciente) y en una buena práctica se considera nefando dar a terceros información que solo corresponde al interesado y a la persona o personas que lo cuidan. Por el contrario, en las bibliotecas se supone que todo cuanto se ofrece lo puede leer o consultar o divulgar cualquiera, a su placer. Las restricciones siempre tienen que ver con la fragilidad de algún libro único o con las leyes de propiedad intelectual. Pero si alguien quiere ir a una biblioteca para encontrar un libro que le explique cómo hacer una tapia, aunque no sea albañil, lo puede hacer. Si luego la tapia se le viene abajo ya hay jurisprudencia de que no será culpa del bibliotecario. Por lo demás, lo que yo antes añadía a mis argumentos, para publicar un libro se requería una cierta solvencia. Como ustedes ya saben, ahora cualquiera puede publicar un libro (otra cosa es que se lo lean). A lo que sólo faltaría añadir que hay más gente actualmente que escriba que que lea.
*
Pero antes de que no vayamos por ramas cada vez más febles, les emplazo para la próxima entrega de esta serie, no sin antes mostrarles la biblioteca particular de Keith Richards, el guitarrista de The Rolling Stones. No hace mucho me quede algo estupefacta ante el texto de la normativa de una red de bibliotecas australianas, donde se amonestaba a quienes pretendían comer en las salas de lectura o estudio perritos calientes, pero se permitía el sushi y los snacks. Me imagino que lo que hacía que hubieran alimentos "permitidos" y "no permitidos" residía en si estos son substanciosos o, como las barritas energéticas, algo que no mancha. No en el Levítico. También hemos de pensar que lo que en otras latitudes es normal (el Haloween, comer en la calle) aquí se ha ido introduciendo con singular energía y, lo que es peor, para quedarse. Pero que Keith Richards tenga un vaso junto a su diván solo nos puede conducir a cuestionarnos si se trata de un vodka con naranja o de un simple zumo natural. Porque es su biblioteca. Y en su biblioteca cada cual hace lo que le viene en gana.

*
Como bien sabrá Carles Miró, el autor del post que he citado arriba, library es un "falso amigo" del inglés, ya que no significa "librería", como alguien podría pensar, sino "biblioteca".
Biblioteca de Keith Richards en Connecticut. Procedencia: Christopher Sykes

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(*) Se diría que la cuestión quedó sino finiquitada por lo menos suspendida después de un agrio debate en las Segundas Jornadas de Documentación e Información Biomédicas (Barcelona, 1987), en que la Prof. María Luz Terradas, de Valencia, manejó el tema desde el corporativismo médico ante el no menor corporativismo bibliotecario de la sala. Creo que no se ha vuelto a hablar del tema, a no ser para referirse al nicho laboral que se abría para los bibliotecarios clínicos, al servicio de las necesidades puntuales de equipos médicos.

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