28/2/13

Fechorías bibliográficas

ormalmente se considera que el trabajo en una biblioteca es un trabajo tranquilo, sin sobresalto alguno. Y de hecho suele serlo, a excepción de algún episodio debido a la atracción que siempre hubo entre la gente rara y las bibliotecas, sobre todo si la gente rara padece alguna enfermedad mental. Pero por lo general, el silencio mismo que mucha gente va a buscar en las bibliotecas, donde otros van a buscar vídeos, suele condicionar ya un cierto sosiego. Un día habrá que escribir, si no se ha hecho ya, una historia sobre los crímenes en las bibliotecas, especialmente los de ficción. Pero mientras tanto solo puedo dar fe de dos casos que podríamos tipificar como: la impostura de una cita y la eliminación de un ejemplar y de todas sus copias.
Primero trataré del segundo caso, el de la eliminación de un ejemplar. Es muy poco habitual, tanto que yo solo me he encontrado con uno de ellos en toda mi vida laboral, que arranca el año 1982. Fue a finales de esa década precisamente. El autor sobre un artículo de Bioquímica que se acababa de publicar en una revista norteamericana me hizo ver que habían arrancado las páginas correspondientes en nuestro ejemplar. Le tranquilicé diciéndole que conseguiría de otra biblioteca una fotocopia y que restauraríamos el ejemplar restituyendo el artículo en cuestión. El cuento es que el artículo había sido arrancado de todas las bibliotecas a las que me dirigí, primero en Barcelona y después en el resto de Cataluña. A instancias del autor (Xavier Fuentes-Arderiu) no seguí con las bibliotecas del resto de España, pero fue porque él me consiguió un reprint, que es como ahora les llaman a las separatas. Pero estaba claro para su autor y también para mí que alguien había querido destruír el artículo, cosa que ya entonces era bastante difícil (por no decir imposible) y que ahora directamente no está al alcance más que de algún hacker que sea capaz de vencer todas las barreras informáticas y legales que hay que superar para asaltar una plataforma de publicaciones científicas. 
Es bastante seguro que la persona que así se había ensañado con un artículo de una revista podía estar trabajando entre nosotros, pero ni yo le pregunté al autor principal si tenía alguna sospecha ni él me lo dijo, cosa que aún le agradezco.
El primer caso es el de la cita inventada o falsificada, esto es citar una publicación que no existe. De este jaez me he encontrado con 4 casos en toda mi vida profesional, cosa que no sé si tiene valor estadístico. Hubo un tiempo en que me dio por las bibliografías y alguna hice. Les aseguro por la gloria de mi canario que me he llegado a desplazar no ya a Gerona sino incluso a Madrid para comprobar la existencia de un libro y citarlo de primera fuente. De lo cual siempre obtuve prueba fotográfica, aunque para ello tuviera que pedir permisos, etcétera. Así que cuando hoy día algún médico o enfermero jovencito me pregunta -no por malicia, sino por candor- si se puede citar una publicación que no se ha visto les digo que no y que no, que no solo no se puede sino que no se debe. Entramos en el terreno de la duda cuando nuestra información procede de una base de datos acreditada, como Pubmed o Scopus o Web of Knowledge, donde tenemos la referencia rigurosamente citada y muchas veces un resumen, el que lleva el propio artículo por costumbre. Pero no hay tal duda si pensamos que verdaderamente no hemos visto el trabajo sino su cita. 
Estos días estuve persiguiendo el artículo que se considera el primero donde se describió la innovación de una técnica quirúrgica cuyo nombre voy a obviar para no dar pistas. Después de perder un buen rato descubrí que el artículo era citado de dos maneras por la pléyade de autores que lo han ido citado, con la variante en las páginas y en el título de la revista, que ya de por sí revelaba una cierta extravagancia como título, habida cuenta de que los nombres de las publicaciones periódicas científicas no dan mucho lugar a las fantasías ni a las excentricidades. Fui a buscar cómo citaba el autor su propio artículo y hay llegué a la hipótesis de que él mismo, un prestigioso cirujano que murió el año 2005 dejando un copioso conjunto bibliográfico de su quehacer, había falsificado la cita. Como la primera cita que él mismo dio del artículo que supuse falso es en una revista muy prestigiosa, donde tal vez también lo notaron, hay una vaga referencia a que la técnica se había presentado por primera vez en un congreso en Orlando, Estados Unidos. Siempre va por detrás o por delante, como una obsesión, la fecha de 1994, que el notable cirujano se empeñó en marcar como la de su innovación. De manera que, conversando con la médica que en la actualidad estaba revisando el tema, llegamos a la conclusión de que tal vez hubo algún conflicto o descuido y nuestro antecesor solo podía demostrar su contribución inventándola. Así como lo leen. La prestigiosa revista que hizo la vista gorda ante una referencia que es inverificable añadió lo del congreso, pero yo me he mirado todos los resúmenes de las comunicaciones que se presentaron en el congreso y no está la de nuestro cirujano. Le podemos conceder el beneficio de la duda y decir que tal vez comentó la técnica fuera del programa, pero en cualquier caso decidimos disculpar su error. Lo que no tiene perdón es toda la recua de médicos que ha ido citando ese primer artículo apócrifo como si lo hubieran visto.
De la misma manera que en el caso del artículo destruído hemos señalado que cada vez es más difícil perpetrar una vulneración del género, también podemos decir que cada vez es más difícil colar citas espúrias, porque los redactores y peer reviewers o revisores pares, verifican las referencias bibliográficas cuando no lo hace el propio sistema donde se hacen grabar los mecanoscritos, conectados a las bases de datos mencionadas. Que la prestigiosa revista dichosa le pasara por alto al notable cirujano su fraude es cosa precisamente de los "pares" o peer reviewers, sus semejantes. Descubrir a un mentiroso nos parece una afrenta. 
Sé que ninguno de los dos casas pueden ser tildados de delitos, a no ser que coadyuvara algún agravante. Por ejemplo que algo así decidiera injustamente o no un concurso de méritos para acceder a una plaza de profesor en la Universidad. En realidad cuando hablamos de "crímenes" o delitos bibliográficos se suele pensar en los que se hacen contra la propiedad intelectual. Y sin embargo recuerdo de un caso en Estados Unidos, donde hay tantos abogados, en el que se querellaron porque se había caído una pared a consecuencia del error en un libro de bricolage, y porque alguien había resultado herido con lesiones menores. Desconozco la sentencia, porque el caso simplemente se solía exponer en un manual de ética como ejemplo de que el bibliotecario debe prevenir a los lectores de que no se hace responsable del contenido de los libros.


Tabulae Sceleti e Musculorum Corporis Humani  de B. S. Albinus (Londres, 1749). Grabado de Jan Wandelaar

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24/2/13

30 años del Catàleg Col·lectiu de Biblioteques Biomèdiques

El año que viene hará 30 años que se publicó el Catàleg Col·lectiu de les Publicacions Periòdiques de les Biblioteques Biomèdiques. Aunque la cubierta tal y como se reproduce en el post muestra el año 1983, el libro salió a la luz en junio de 1984 con 5.000 ejemplares. Prácticamente, palabra por palabra, o sintagma por sintagma, solo con el título ya tendríamos qué comentar. Lo principal es que se trataba de un catálogo colectivo, que no se vaya a pensar nadie que había tantos. En el CCUC encuentro un Catàleg col·lectiu de revistes rebudes: sector financer  (1979), un Catàleg col·lectiu de revistes d'educació (1982) y por aquellos años nada más. El catálogo de revistas de educación lo había editado la Associació de Mestres Rosa Sensat.
En los años 80 teníamos en Barcelona la Associació de Bibliotecaris de Catalunya, de la que luego se originaría el Col·legi Oficial de Bibliotecaris-Documentalistes de Catalunya, la SOCADI (Societat Catalana de Documentació) y la Coordinadora de Documentació Biomèdica de Catalunya y por este mismo orden de enumeración podríamos reflejar la antigüedad y el valor representativo u oficial de cada ente, desde la ABC, la más antigua y oficial, hasta la CDBC, la última en el tiempo y formada de forma voluntarista en los años 80 por el personal que había en las bibliotecas universitarias, de hospitales, de laboratorios, etc. Aunque el Catàleg lleva una introducción de Roser Cruells, que había sido bibliotecaria en el Hospital de Sant Pau durante muchos años, no había no solo ya una estructura piramidal con alguien que sobresaliera, sino que incluso no había una estructura, se funcionaba gracias a unas reuniones que se solían celebrar regularmente pero no asiduamente a las 5 de la tarde en alguno de los centros donde trabajábamos, por lo general en la Acadèmia de Ciències Mèdiques, cuando estaba en el Passeig de la Bonanova.
Este tipo de organización queda muy bien representada en la página de créditos, cuyo texto traduzco: "La elaboración y la edición de esta publicación ha sido posible gracias al trabajo voluntario y desinteresado, dentro del nivel de las posibilidades y benevolencias de cada cual: Roser Boada, Carme Camps, Ramona Casas, Núria Castells, Roser Cortina, Jordi Craven-Bartle, Roser Cruells, Josefina Dupré, Maria Forns, Àngels Jubert, Juan de la Lastra, Joaquima Maicas, Mercè Miralles, Anna Mª Planet, Josefina Ramis, Amèlia Ramos, Rosaura Rubio, Gemma Serra, Domènech Turuguet, Ascensión Zubiri". También ofrezco más adelante, como información adicional, no para el recuerdo sino como modelo la introducción que escribió Roser Cruells.
Tengo que indicar, antes de seguir con el título del catálogo, que yo por aquel entonces me encontraba en la Biblioteca del Col·legi Oficial d'Odontòlegs i Estomatòlegs de Catalunya, donde estaba organizando la colección, en su mayor parte anterior a la guerra, y haciendo las adquisiciones y labores precisas para relanzarla con unos fondos adecuados para los colegiados. El año 1985 pasé a la Biblioteca del Hospital de Bellvitge, donde había estado creo que 3 o 4 años Àngels Jubert, que figura en la lista de los créditos puesto que había incorporado las publicaciones periódicas de su colección, que no eran pocas, más o menos unos 300 títulos entre 1974 y el año de autos. Tuve la suerte de haber tratado por aquel entonces y durante 9 años a algunas de los profesionales que aparecen en la lista, singularmente a Ramona Casas, Roser Cruells otra vez, Rosaura Rubio, Domènech Turuguet y a Ascensión Zubiri, que primero había estado en el Hospital de l'Esperança y después pasó al Hospital del Mar.
Aunque ya habían ordenadores en las bibliotecas, y de hecho lo raro es que en los hospitales hubiera algún ordenador en algún sitio que no fuera la Biblioteca, a pesar de que se usaron para elaborar el Catàleg,  el producto final fue un libro impreso y con una parte aún substanciosa de todo el proceso hecha por los métodos tradicionales no automatizados. Sin embargo, tal y como se puede apreciar en las imágenes que incluyo, la tipografía adopta el tipo de fuente Epson que hace 30 años convivía con Courier en las impresoras por lo general matriciales. También aquellos primeros recursos informáticos dejan un rastro, tal vez no apreciable para la gente más joven "nativa informática", un índice permutado, que nos retrotrae a una década en que lo más de los más eran los índices KWIC (Key Word in Context) y KWOC (Key Word Out of Context). No es que los índices hayan desaparecido, claro está, pero su trama no es ya perceptible porque forma parte de la manera de funcionar intrínseca cibernética. El Catáleg que se editó el año 1990 contó con muchas más bibliotecas (de 24 se pasó a 57), y general, sin entrar en detalles, con más recursos, puesto que incluso contó con una persona al frente o a la zaga (Lluïsa Amat) imprimiendo un gran impulso de dedicación, energía y profesionalidad.
Estos catálogos colectivos también expresan los altibajos de las bibliotecas, incluso sus apariciones y desapariciones, la volubilidad o inconsistencia de quienes aprueban los presupuestos de las renovaciones sea a la alza o a la baja, los sacrificios económicos, que siempre han afectado a las bibliotecas incluso en temporadas de bonanza financiera. El catálogo de 1984 muestra 1748 entradas -que representaban el año en curso- y el de 1990 10402, con todas las colecciones y sus datos, siempre teniendo en cuenta que además se incorporaron muchos centros y algunos de ellos muy importantes. Pero es justo decir que sin el catálogo de 1983 probablemente no se hubiera podido hacer el de 1990. Y tambiés es justo afirmar que es el antecedente del actual C17 (Catálogo de Publicaciones Periódicas en Bibliotecas de Ciencias de la Salud Españolas).



La "Introducció", que he reproducido tal cual en Picasa, también  la traduzco aquí literalmente:
INTRODUCCIÓN
La Coordinadora de Documentació Biomédica (CDB) nació a principios de 1983 a raíz de una iniciativa de la Acadèmia de Ciències Mèdiques de Catalunya i Balears, siendo el bibliotecario el Dr. Jordi Craven-Bartle. La Acadèmia hizo una llamada a diversas instituciones para establecer una colaboración que hiciera posible afrontar colegiadamente la problemática creciente del volumen y los costos de la información en medicina.  Esta iniciativa coincidió con la que había tenido, hacía tiempo, la Associació de Bibliotecaris, que preocupada también por estas cuestiones, había promovido un grupo de trabajo para el fomento de las bibliotecas médicas.
El aumento constante del coste de las publicaciones obligaba a coordinar esfuerzos, sobre todo teniendo en cuenta que nuestro país, a la falta de recursos se añade la desorganización y la dispersión de documentos.
Pronto unas diez instituciones respondieron a la llamada de la Acadèmia y se constituyó la CDB. Durante el año 1983, se adhirieron otros centros hasta llegar a los 24 que figuran en el catálogo.
Esperando su formalización legal, la Coordinación ya ha iniciado las labores que se impuso y que han dado como primer resultado visible este catálogo, el cual es un instrumento de trabajo mínimo para poder llevar a término los objetivos de coordinación.
Se trata de un catálogo colectivo de las publicaciones periódicas recibidas en las bibliotecas del grupo durante el año 1983. La Coordinadora conoce las limitaciones de un catálogo ceñido a una lista de revistas recibidas durante un año concreto; pero se ha considerado preferible editarlo rápidamente. Por lo tanto se ha pospuesto la confección de un catálogo completo de las colecciones que tienen las Bibliotecas de la Coordinadora. Actualmente faltan los datos de las publicaciones, la clasificación por años, por materias, etc.,... Todo se incluirá en los planes de trabajo que habría que concluir el año 1984. También se preve la automatización coordinada de los catálogos de las bibliotecas del grupo.
Estos objetivos, ambiciosos, pero que responden a unas necesidades absolutamente reales, no se podían llevar a la práctica sin contar con la orientación de nuestras instituciones que en nuestro país se encargan de la política bibliotecaria, de la investigación y la búsqueda. Naturalmente tampoco era posible sin su ayuda económica; es así como, a petición de la CDB, la Comissió Interdepartamental de Recerca i Innovació Tecnològica, CIRIT, ha facilitado la edición de este catálogo, iniciando un soporte efectivo del que aún no se han acabado de poner los hitos para limitar su amplitud.
Entre las bibliotecas que forman la Coordinadora hay públicas, semipúblicas y privadas. Estas últimas pertenecen casi todas a laboratorios farmacéuticos y no están abiertas al público. Con todo, informan de lo que disponen y ofrecen sus publicaciones, de las cuales se pueden pedir fotocopias por teléfono o por correo.
Pedimos a las personas que quieran hacernos sugerencias, colaborar con los trabajos de la CDB o rectificar posibles errores, que nos lo hagan saber. La Coordinadora es una entidad abierta y su función puede ser  alentadora para todos los que quieran trabajar, de alguna foma, para dejar nuestro país un poco mejor de lo que lo hemos encontrado.
Roser Cruells i Serra
Secretària de la CDB


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