17/4/10

La representación del conocimiento


Del blog Information is beautiful (el diagrama es de David MacAndless y Andy Perkins)

*

“Si me queréis algo, irse”
Lola Flores


La imagen que incluyo como ilustración es una representación inerte sobre la evidencia científica de la efectividad de los suplementos alimentarios. Puede verse la imagen en movimiento (en su apoteosis) del balloon race o bubble race en su post original.  Utilizo deliberadamente la palabra apoteosis porque remite al endiosamiento. Me estoy acordando de una frase de  Martin (o Mordechai) Buber, en la que se dice poco más o menos: “No es verdad que Dios haya creado el hombre a su imagen y semejanza, ha sido exactamente al revés. Fue  el hombre quien creó a Dios a su imagen y semejanza (o lo que es lo mismo, a su antojo y conveniencia)”. Parafraseando a Martin Buber podríamos decir que, sea de una manera o de otra, lo que es cierto o parece cierto es que hay unas formas de conocimiento o de representación del conocimiento que se manifiestan de una manera apoteósica, espectacular y hasta demiúrgica.
Simplemente apunto ese aspecto para ir hacia lo que ahora verdaderamente me interesa. Y es que últimamente estoy asistiendo un poco atónita a conferencias, comunicaciones varias, etcétera, en las que la exposición es tan apabullante que rara vez el respetable se queda con la mitad de lo que se ha dicho. Sobre todo con lo que se “ha dicho”, porque el despliegue de medios sinópticos o hipnóticos visuales es abrumador. Cuando se apaga la luz y se proyectan imágenes que a veces a duras penas se pueden leer, entra un sueño muy rico. 
Estos días Ana López posteaba precisamente el desequilibrio entre los mundos auditivo y visual. En mi opinión -ya la mostré en un post sobre el mito de Eco y Narciso- y ya quedó dicho por McLuhan en sus estudios sobre la Galaxia Gutenberg, la tiranía de nuestra época de lo visual sobre lo auditivo es tan grande que incluso ni se advierte. Como le debe pasar a una hormiga cuando no ve un elefante. 
Además de McLuhan otro investigador admirado por mí, Alexandre Cirici Pellicer, historiador del Arte y mucho más, en su libro Art i societat dio en asociar lo visual con la cosa apolínea mientras que lo auditivo se ajustaba con lo dionisíaco. Cirici además tabuló muchas de sus reflexiones de manera que se organizan y distribuyen, p.e. la austeridad en el arcaísmo, la medida en el clasicisimo y la exageración en el romanticismo. Como si fueran tres tendencias ajenas a la línea unívoca del tiempo. Por eso en sus tablas el arcaísmo se expresa con energía, el clasicismo con la alegría y el romanticismo con la pasión. Y por lo mismo, el arcaísmo corresponde a modelos jóvenes, el clasicimismo a la plenitud de la vida, y el romanticismo a la infancia y la vejez.  Me entretuve una vez en añadir una cuarta columna, para salir de ese esquema aparentemente cerrado, y hallé una alternativa a la austeridad-medida-exageración, la autenticidad. Mi alternativa a la disciplina-exoneración-laxitud, era la disposición. Mi alternativa a la riqueza-simplicidad.complejidad era la utilidad. La alternativa a las columnas visión imaginativa-valores táctiles-valores visuales, era la resonancia.
Estoy hablando de “alternativa”  pero podría hablar de propuesta, reto o cualquier otra palabra próxima. Me es igual.  Sigo hablando de lo que hablo y con los recursos de lo que hablo y me digo (je, je) que el cuadro de Alexandre Cirici tiene un sentido (además del evidente) y es que al representar sus conclusiones en forma de filas y columnas, podemos comparar bien gráficamente y de un golpe de vista lo que de otra manera no se hubiera podido expresar con tanta efectividad y economía de medios. Ahí estamos de acuerdo. Pero, ¿qué aporta el diagrama de burbujas del blog “Information is beautiful” además de espectacularidad? Cuando hayamos visto doscientas mil burbujas como las de los suplementos placebo, nos pareceran como los empapelados de flores de lis gigantes de los salones de los años 70, o como las rosas de Windsor de los sofás de cretona, un horror. 
Me preocupa el ver algo que ya señalamos hace días, la paradoja de que los profesores, etcétera, trasmitan sus conocimientos y hasta su ignorancia de una manera que no llega a nadie, como si en realidad lo que quisieran dar a entender es lo mucho que saben y lo difícil que va a resultar a cualquiera llegar ni siquiera a una pequeña parte muy elemental de sus conocimientos.  Un profesor, un maestro, un conferenciante, se supone que ha de trasmitir algo, aunque nos tememos que lo normal es que el auditorio (la palabra se las trae) solo retenga lo que más le ha impactado o lo que sea. O lo que le sugieren otras ideas que conectan con alguna de las ideas que ya tenía.  Otro tipo de oradores, los menos, utilizan técnicas de persuasión o sugestión que inducen al auditorio a un estado de fascinación. No me refiero a los carismáticos, me refiero a los que manejan armas subliminares que no son evidentes. Para no dar más vueltas: se reconocen porque si le preguntan a los escuchantes que de qué habló el conferenciante, no saben decirlo. Todo lo más se quedaron con un chistecillo, alguna anécdota, pero en esencia no recuerdan nada. Como esto lo he experimentado 2 veces y media (no tres, porque a la tercera ya estaba yo como un pincho y no me dejé llevar), puedo decirlo. 
Uno de los últimos libros de Lingüística que leí (aunque más bién es de Neurolingüística), y de eso ya hace tiempo, fue el de Steven Pinker, titulado El instinto del lenguaje. Este libro reúne gran parte de los conocimientos vigentes sobre la naturaleza y la ciencia del lenguaje pero es inútil dejarlo en manos de quien no haya asimilado los grandes tratados del siglo pasado (Saussure, Chomsky, Jakobson), cosa que ocurre más de lo estoy dispuesta a admitir. Lo que me lleva ahora a citarlo es su subtítulo: “Cómo crea el lenguaje la mente” (*).  El subtítulo en español deja abiertas dos lecturas: que la mente crea lenguaje y que el lenguaje crea la mente. El subtítulo en inglés (How the mind creates language) creo que no admite más que la primera posibilidad, pero seguro que un idioma con hablantes tan lúdicos tiene la forma de jugar con ese doble sentido. 
Se dirá que la frase que lanzó Lola Flores en la boda de su hija con Guillermo Furiase no era gramaticalmente correcta, que tenía que haber dicho: “Si me queréis, idos“. Pero la bordó. Y es que lo que importa es llegar a las otras personas, trasmitir. Ojalá la representación del conocimiento, que no la ostentación del conocimiento, se encarrile.

(*) La traducción del libro es de José Manuel Igoa González, que casi seguro es un psicólogo por su formación.

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